Mario Guevara: la voz que resiste desde Folkston

Privado de su libertad, Mario Guevara se aferra a su fe, al amor de su familia y al apoyo de una comunidad que no lo olvida.
Por: Irene Díaz-Bazán
Prensa Atlanta
Como un niño nos recibió.
Con una sonrisa amplia, un abrazo sostenido y una alegría inmensa. Estaba allí, como nunca imaginamos verlo: vestido de azul, limpio, un poco más delgado y privado de su libertad.
Narró, a grandes rasgos, lo que han significado estos últimos días lejos de su familia, de su audiencia… de su comunidad. Sin poder comunicar, lo que más le deleita en su vida profesional.
En las instalaciones del centro de procesamiento de inmigración en Folkston, Georgia, a unas 5 horas y media de metro Atlanta, encontramos a nuestro colega Mario Alexander Guevara. Un poco preocupado por su futuro legal, el reportero hispano más conocido de Atlanta nos recibió en un recinto a puerta cerrada.
Mario fue detenido el 14 de junio mientras cubría una marcha de protesta contra las actuales políticas migratorias, sin imaginar que, en cuestión de horas, estaría tras las rejas. Diez días después, gracias a la intervención de sus abogados, los cargos impuestos en el condado de DeKalb fueron desestimados.
Con un permiso de trabajo pero sin estatus legal, durante años el periodista salvadoreño había evadido la deportación a su país de origen.
Pero hoy debe responder ante la justicia por otros cargos menores de tránsito presentados en el condado de Gwinnett.
Al preguntarle qué valora más ahora, desde su reclusión en Folkston, nos dijo sin titubear:
“Haberle causado daño a mi familia.”
Con la mirada, por momentos, preocupada, Mario —el colega y amigo— abrió su corazón para contarnos que a veces no logra conciliar el sueño, y que el tercer día en detención sintió una fuerte sensación de pánico.
A pocos días de su audiencia en la corte, en la que podría conseguir la victoria o enfrentar la derrota, Mario Guevara confía en el poder de su defensa legal y en la protección del Todopoderoso.
Lo alienta saber que su familia lo ama, que cientos de personas le han mostrado su solidaridad, y que aún tiene la fuerza para resistir.
“Quizá fui imprudente y me extralimité pensando que le hacía un bien a los demás,” nos dijo mientras devoraba los chips que Armando Bello le compró en la máquina dispensadora.
-Esto es oro para mí”, expresó.
Rafael De J Navarro y yo sonreíamos.
Después de una hora de visita, nos despedimos. Yo, con un nudo en la garganta, la voz entrecortada.
Nos acompañó hasta la puerta, queriendo atravesar juntos el pasadizo. Pero una puerta se cerró ante su rostro. Solo pudo despedirse con un gesto amable desde una ventanilla opaca, donde su sonrisa comenzaba a desvanecerse.
– Nos vemos pronto, Marito, le dije

