Algunos sobrevivientes de COVID-19 sufren una persistente pérdida del olfato y el gusto: los daños de no recuperarlos
FUENTE: THE NEY YORK TIMES
La mayoría recobra sus sentidos después de recuperarse en semanas. Pero en una minoría de pacientes la pérdida persiste
Hasta marzo, cuando todo empezó a saber a cartón, Katherine Hansen tenía un sentido del olfato tan agudo que podía recrear casi cualquier plato de restaurante en casa sin la receta, solo recordando los olores y sabores.
Entonces llegó el coronavirus. Uno de los primeros síntomas de Hansen fue la pérdida del olfato, y luego del gusto. Hansen todavía no puede probar la comida, y dice que ni siquiera puede tolerar masticarla. Ahora vive principalmente de sopas y batidos.
“Soy como alguien que pierde la vista de adulto”, dijo Hansen, agente inmobiliaria que vive en las afueras de Seattle. “Ellos saben cómo deben lucir las cosas. Yo sé a qué debería saber, pero no puedo probar nada”.
Los científicos saben poco sobre cómo el virus causa la anosmia persistente o cómo curarla. Sin embargo, los casos se están acumulando a medida que el coronavirus se extiende por todo el mundo, y algunos expertos temen que la pandemia pueda dejar a un gran número de personas con una pérdida permanente del olfato y el gusto. Esta posibilidad ha desencadenado una urgente lucha entre los investigadores para saber más acerca de por qué los pacientes están perdiendo estos sentidos esenciales y cómo ayudarlos.
El olfato está íntimamente ligado tanto al sabor como al apetito, y la anosmia a menudo le roba a la gente el placer de comer. Pero la repentina ausencia también puede tener un profundo impacto en el humor y la calidad de vida.
“El olor no es algo a lo que prestamos mucha atención hasta que desaparece”, dijo Pamela Dalton, que estudia el vínculo del olor con la cognición y las emociones en el Centro Monell de Sentidos Químicos de Filadelfia. “Entonces la gente lo nota, y es bastante angustioso. Nada es igual”.
La pérdida del olfato es un factor de riesgo para la ansiedad y la depresión, por lo que las implicaciones de la anosmia generalizada preocupan profundamente a los expertos en salud mental. Malaspina y otros investigadores han descubierto que la disfunción olfativa suele preceder a los déficits sociales en la esquizofrenia, y al aislamiento social incluso en personas sanas.
Los efectos más inmediatos pueden ser nutricionales. Las personas con anosmia pueden seguir percibiendo los sabores básicos: salado, ácido, dulce, amargo y umami. Pero las papilas gustativas son preceptores relativamente crudos. El olfato añade complejidad a la percepción del sabor a través de cientos de receptores de olor que señalan al cerebro.
Los olores también sirven como un sistema de alarma primitivo que alerta a los humanos de los peligros de nuestro entorno, como los incendios o las fugas de gas. La disminución del sentido del olfato en la vejez es una de las razones por las que las personas mayores son más propensas a los accidentes, como los incendios causados por dejar comida quemada en la estufa.
Los seres humanos escudriñan constantemente su entorno en busca de olores que señalen cambios y daños potenciales, aunque el proceso no siempre es consciente, dijo Dalton, del Centro Monell de Sentidos Químicos.
El olor alerta al cerebro de lo mundano, como la ropa sucia, y lo arriesgado, como la comida podrida. Sin esta forma de detección, “la gente se pone ansiosa por las cosas”, comentó Dalton.
Lo peor es que algunos supervivientes de COVID-19 se ven atormentados por olores fantasmas que son desagradables y a menudo nocivos, como el olor a plástico quemado, amoníaco o heces, una distorsión llamada parosmia.
Eric Reynolds, agente de libertad condicional, de 51 años, en Santa María, California, perdió su sentido del olfato cuando contrajo COVID-19 en abril. Ahora, dijo, a menudo percibe olores desagradables que sabe que no existen. Las bebidas dietéticas saben a suciedad; el jabón y el detergente para la ropa huelen a agua estancada o amoníaco.
“No puedo lavar los platos, pues me da náuseas”, dijo Reynolds. También está obsesionado con los olores fantasmas de frituras de maíz y un olor que llama “olor a perfume de anciana”.
No es inusual que los pacientes como Reynolds desarrollen aversiones a la comida relacionadas con sus percepciones distorsionadas, dijo Evan R. Reiter, director médico del centro del olfato y el gusto de la Universidad de Virginia Commonwealth, que ha estado siguiendo la recuperación de unos 2000 pacientes de COVID-19 que perdieron el sentido del olfato.
Uno de sus pacientes se está recuperando, pero “ahora que está volviendo, dice que todo o casi todo lo que come le dará un sabor u olor a gasolina”, dijo Reiter. El desvarío del olfato puede ser parte del proceso de recuperación, ya que los receptores de la nariz luchan por volver a despertarse, enviando señales al cerebro que fallan o se leen mal, explicó.
Tras la pérdida del olfato, “diferentes poblaciones o subtipos de receptores pueden verse afectados en diferentes grados, por lo que las señales que el cerebro está acostumbrado a recibir cuando se come un filete se distorsionarán y pueden engañar al cerebro para que piense que se está comiendo caca de perro o algo que no es apetecible”, concluyó Reiter.
(C) The New York Times.-