Las cenizas de una niña inmigrante de 6 años se repatriarán a Honduras, como añoraba

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Miami, 4 sep (EFE).- Suny Galindo espera enviar a Honduras las cenizas de su hija de 6 años Astrid Reyes, considerada por las autoridades la víctima más joven de la COVID-19 en Florida, quien ansiaba regresar a su país para estar con sus abuelos y primos y abandonar una vida de soledad en Estados Unidos.
Galindo cuenta a Efe que aunque sea después de muerta quiere cumplir el deseo de la menor, su única hija y compañera de un “viaje horrible” de un mes que emprendieron en 2019 desde Juticalpa (Honduras) hasta a Tampa (EE.UU.) para que “su vida fuera mejor”.
No alcanzaron a celebrar juntas el primer año de haber llegado a Estados Unidos, el pasado 24 de agosto, porque Astrid murió tras cuatro días de agonía después de amanecer llorando y gritando por un dolor de cabeza.
Ahora Galindo dice que la fecha que más recuerda es el 19 de agosto, cuando la “desconectaron” en el Hospital Johns Hopkins All Children, en San Petersburg, después de sufrir “un derrame cerebral”.
“Nadie se imagina eso para sus hijos”, dice Galindo, quien iba a comprarle la tableta que quería para el que sería su séptimo cumpleaños el pasado lunes.
Galindo cuenta que a ella no le pidieron permiso para desconectarla, pero que no se opuso porque veía que la menor estaba empeorando, “sus ojos se estaban inflamando, deteriorando”.
“Éramos inseparables, ese vacío nadie lo va a llenar”, se lamenta esta inmigrante, solicitante de asilo.
Recuerda que Astrid, una niña bien portada que quería ser policía pese a que les tenía “pánico” a las patrullas desde el viaje, amaneció un día quejándose, convulsionó y desde entonces ya no reaccionó.
No llamó a una ambulancia para que no le hicieran “mil preguntas” y la llevó a un hospital cercano, del que fue trasladada en helicóptero a San Petersburg.
Para Galindo, es “rara” la muerte de su hija porque siempre fue una niña “sana” que sólo tenía un “pequeño soplo desde que nació con el que podía sobrevivir”.
La hondureña se molesta cuando le dicen que Astrid murió de la COVID-19, porque dice que todos en la familia y los feligreses de la iglesia a la que acuden están bien y que el hospital nunca les recomendaron a ella ni a su esposo hacerse la prueba ni hacer cuarentena.
Explica que su esposo le dio a la niña respiración boca a boca durante la emergencia y que él está bien se salud y que “tantas” personas no pueden ser asintomáticas.
Sin embargo, el forense del condado de Pinellas registró como causa de la muerte un edema pulmonar y el estado la reporta como la muerte más joven en Florida por el nuevo coronavirus.
EL VIAJE TRAUMÁTICO A EE.UU.
Sin querer detallar ni recordar mucho, Galindo describe su llegada a EE.UU. como “el viaje más horrible de nuestras vidas”.
Viajaron en automóvil, autobús, contenedores de un camión y una balsa, en la que casi se hunde con decenas de inmigrantes más cuando atravesaban el Rio Grande, entre México y Estados Unidos.
Dice que es “un trauma que nunca se olvida”, que aguantaron hambre, frío y maltratos y que estuvo a punto de pedir la deportación cuando Astrid estaba deshidratada y con hambre.
Rememora que en un centro de detención en Texas, de cual solo sabe que le decían “La Perrera”, Astrid le pidió a un guardia una colcha porque tenía frío y este le contestó que se fuera, que él también tenía frío.
“Ella llegó llorando y yo me puse a llorar también”, explica.
Desde su llegada a Estados Unidos, la niña quiso devolverse a Honduras porque extrañaba a sus abuelos y a sus primos y convivir con más gente.
“Aquí uno vive encerrado, solo se mantiene del trabajo a la casa”, cuenta Galindo.
La hondureña viajó este viernes a Miami a gestionar la repatriación de las cenizas de su hija con las autoridades consulares hondureñas.
Galindo dice que por petición de su hija dejó de seguir los trámites de asilo y tenía planeado estar solo dos años para ahorrar y devolverse.
Explica que en un día hace hasta 120 dólares en la construcción, mientras que en Honduras ganaba 50 dólares al mes.
LA REPATRIACIÓN DE MUERTOS
Juan Flores, presidente de la Fundación 15 de Septiembre, que asistió a Galindo, señaló que los inmigrantes hondureños desconocen dos leyes de su país que establecen ayuda a las familias para el envío de restos de hondureños fallecidos en el exterior.
Una de ellas entró el vigor en mayo pasado para aquellos que mueran por COVID-19, quienes deben ser cremados, mientras que la otra ley ayuda a las familias de fallecidos por otras causas a enviar el cuerpo sin necesidad de cremación.
Flores urgió al Gobierno de su país educar más sobre estas leyes para evitar “el sufrimiento prolongado de estas familias que carecen de recursos”.
Agregó que se trata de una cuestión humanitaria porque muchos hondureños que “no pueden descansar en paz” sin saber qué hacer con la cenizas o manteniendo en algunos casos, hasta dos meses, los cuerpos en funerarias.
Ivonne Malaver

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